Copywriting Antifrágil

El día que me negaba a morir y cómo puede ayudarte esta historia a generar confianza en tus clientes potenciales para vender más y mejor.

Nunca hubiese podido imaginar que aquel iba a ser el último día de mi vida

   Era mi día del año favorito.

   Nochebuena.

   El día que esperábamos nerviosos que Papa Noel no se olvidara de visitarnos.

   El único día del año en el podía acostarme pasadas las 11 de la noche.

   Ambiente de luz cálida, de abeto vestido para la ocasión, música de fondo y familia.

   La escena se repetía.

   Los mayores charlando.

   Los niños jugando y corriendo pasillo arriba y pasillo abajo, con una excitación digna de la ocasión.

   Mi madre acabando de cocinar la sopa de pescado y el pavo relleno.

   Cada año lo mismo,

   La misma ilusión, la misma expectación.

   Cenábamos; y cuando estábamos acabando el postre, sonaba el timbre de la casa y sabíamos que un año más, Papa Noel se había acordado de nosotros.

   Corríamos a la puerta, y al abrir…

   Allí estaba.

   Un saco lleno de regalos.

   Nos asomábamos a la escalera para ver si conseguíamos pillarlo, pero Papá Noel tenía demasiado trabajo y tenía que salir corriendo a dejar los regalos de los demás niños, decía mi madre.

   Ese día iba todo según lo previsto.

   Mayores charlando en el salón, mi madre acabando de cocinar y nosotros corriendo por el pasillo.

   Lo siguiente tenía que ser sentarnos a la mesa.

   Pero pasó algo que hizo que los acontecimientos se precipitaran.

   Mientras iba corriendo me paré en mitad  del pasillo, justo donde quedaba la puerta de la habitación de mis padres.

   Pensé que sería buena idea esconderme y darle un susto a mi primo.

   Sería divertido.
 ,
   Así que abrí la puerta y …

   …


   Allí , justo detrás de la cama, un saco hecho con una sábana blanca y parches de telas de colores, lleno de lo que intuí que eran regalos.

   Se me paró la respiración.

   No sabía qué hacer.

   Pensé en salir al pasillo y gritar que este año Papa Noel había pasado antes y que habían llegado los regalos.

   Pero no me salía la voz.

   Quedé paralizada mirando el saco durante lo que me pareció una eternidad y que, seguramente, no debieron ser más que segundos.

   Un cortocircuito.

   Algo en mi cabeza se había disparado y estaba segura que había afectado a mi corazón, porque lo sentía latir con tal fuerza que parecía que iba salir de mi pecho.

   Di media vuelta, salí de la habitación, cerré la puerta y en un intento de convencerme que aquello que había visto había sido solo mi imaginación, me fui directa a la cocina y me planté al lado de mi madre.

  – «Mamá, Papá Noel ha dejado los regalos en tu cuarto…creo».

– «No. Eso es imposible«.

– «Que sí, mamá. Que los acabo de ver».

– «Bueno, pues espera un momento aquí y hablo con tu padre para que lo compruebe.

– «Ok, mamá».

  – «Dice tu padre que no ha visto nada. Que vayas al cuarto y le expliques dónde lo has visto«.  

Entré con mi padre de nuevo en la habitación

   Todo en orden

   Solo la cama y el mueble bajo recorriendo la pared del fondo.

   Sentí que mis ojos se humedecían mientras trataba de aferrarme a cualquier resquicio de esperanza,

   Sí. ¡Eso era!

   Estaba segura de que los ojos de una niña podían ver más allá de lo que les estaba permitido a los adultos.

   Seguí repitiéndome a mí misma que todo seguía igual.

   Intentando rascar unos segundos más de vida.

  Cualquier cosa con tal de no dejar que esa niña muriese. Y menos aún, justo el día más importante del año.

   
Y ¿por qué te cuento precisamente esta historia?

Porque ilustra muy bien la afirmación que hace el gran Seth Godin y que dice así:

«Las personas no creen lo que les dices.

Raramente creen lo que les muestras.

A menudo creen lo que les dicen sus amigos.

Y siempre creen lo que se dicen a sí mismos».

Y esta es una gran diferencia entre los negocios que tratan de «convencer» y los que saben que no se trata de convencer sino de «persuadir».

Porque cuando persuades, no eres tú sino tu cliente quien se convence a sí mismo.

No le estás vendiendo. Es él quien te está comprando.

Este pequeño matiz hace toda la diferencia.

¿Sabes por qué?

Porque a nadie nos gusta que nos vendan, pero a todos nos gusta comprar.

Si quieres saber más acerca de cómo entrar en la cabeza de tu cliente potencial para que sea él quien se convenza, tengo una newsletter en la que te explico tips, historias, estrategias y mucho más . Para que puedas persuadir a tu cliente, a tu madre, o tu hijo o a tu pareja.

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María Seoane

Me formé como arquitecto porque un día hubo algo que me obsesionó tanto, que acabó marcando mi vida. Vaya, lo que bien podría llamarse un Mensaje Antifrágil en toda regla...